El más maloso del mes

Año II Número 10 (febrero)

Desde hace cientos de años, los niños han tenido miedo de que haya un ser maligno bajo la cama o dentro del armario, pero les tranquiliza saber que tienen angelitos de la guarda que los protegen de tales malvados. Ahora que estamos en el siglo XXI, los ángeles no son rollizos querubines ni arcángeles guerreros con espadas llameantes… son rubias en minifalda; y los villanos no son monstruos peludos… llevan chándal.

 

Para entender por qué nuestro protagonista se dedica a lo que se dedica, debemos remontarnos al día de su nacimiento (por llamarlo de alguna manera). Cuando Dios creó la vida, se dio cuenta de que necesitaba a alguien que le hiciera el trabajo sucio de eliminar de la faz de la tierra a las “hormiguitas” a las que les llegaba la hora; para ello creó a la Muerte, pero esa tarde iba un poco pasado de polvo de ángel y algo le salió mal: nacieron gemelos. Y como siempre tiene que haber uno bueno y uno malo, escogió al peor y lo vistió con túnica negra, convirtiéndolo así en la Parca; al gemelo pringao lo arrojó desnudo a la Tierra, donde el pobre engendro comenzó su lucha por la supervivencia: buscó una madre que lo alimentara, que lo criara, pero sus intentos de refugiarse en el útero de alguna venerable matrona para nacer como es debido fueron malinterpretados, y esto le obligó a ocultarse, a aislarse en un escondite recóndito. Lo maldijeron. “¡Violador!”, así lo llamaron. Lo maldijeron, lo desterraron. Lloró, lloró por verse tan solo… y olvidó el sabor del pan (no tenía boca), la melodía de los árboles, la caricia de la brisa, Olvidó hasta su propio nombre… porque no tenía.

Trepa a tu ventana, se me te bajo tu cama...
Trepa a tu ventana, se me te bajo tu cama...

 

Pasados los siglos le llegaron noticias del temor que causaba su hermana entre toda la humanidad, y decidió emprender el camino del mal por cuenta propia; y como el último que se le puso chulo al Señor había acabado pringando en la parrilla favorita de Leónidas, decidió hacerles la puñeta a sus pelotas: los ángeles. Así pues, salió de su escondrijo y se cubrió con las primeras vestiduras que encontró: un chándal de poliéster gris de marca Spyder que le robó al primer cani que pasaba.

¿Es que nadie piensa nunca en los niños?
¿Es que nadie piensa nunca en los niños?

Pero las cosas habían cambiado mucho desde su juventud; los jovencitos a los que los ángeles debían cuidar no eran ya inocentes niños que rezaban todas las noches al pie de su cama, sino que ahora los ángeles de la guarda debían poner freno a las andaduras de los adolescentes en el demoníaco camino del sexo, las drogas y el rock ‘n’ roll. Y como dice el dicho, “renovarse o morir”; ¿que los ángeles no tienen sexo? ¡Y una p****! (y nunca mejor dicho). Ahora los lacayos de Yahvé (parece que después de todo, el muermo ese aprendió algo de Zeus, el Berlusconi del Olimpo) son rubias lolitas caucásicas en minifalda. Y como Satán estaba de capa caída, lo único que se le ocurrió enviar para combatirlas fue un hatajo de emos con cuernos. Viendo el panorama, nuestro protagonista inició su carrera como acosador sexual profesional y experto diplomado en "sexo sorpresa", persiguiendo a los núbiles angelitos para obsequiarlas con la hospitalidad debida a los enviados de Dios. A los emos no necesita hacerles nada, ya tienen suficiente con lo suyo.

Recientemente y ante el alarmante revuelo que estaba causando desde la oscuridad, un valiente joven de Lincoln Park decidió tomarse la justicia por su mano y juró perseguirlo en público. Desde entonces, el héroe del pañuelo escarlata vela por la seguridad de las chiquillas mientras éstas duermen. Pero tened cuidado, niñas, porque está muy ocupado vendiendo su merchandising y puede que cualquier noche el oscuro hombre del chándal trepe por vuestras ventanas…

El Violador y su tessoro...
El Violador y su tessoro...