666, The number of the bus

27/8/10

 

No, 666 no era el auténtico número del autobús de la muerte que nos llevó a tres thisismadniacos desde Santandeth hasta Valencia y desde Valencia a Santandeth, a lo largo de cientos de kilómetros de calor y desértica exuberancia hispánica, para ver en directo a Iron Maiden (sí, los de Master of Puppets), pero ese número habría sido el más adecuado, tanto por el destino del autocar, como por la BRUTALidad del viaje.

Como todas las empresas que los thisismadniacos realizamos de forma tan improvisada, esta no fue una excepción y nos vimos madrugando el día 21 de agosto para coger un bus sin saber muy bien dónde nos metíamos. Tal vez ésta fue una de las razones (además de un agente patógeno no identificado) que provocaron la primera y única baja del comando: a última hora John Karra se vio incapacitada para acompañar a Animal, HoJu y Mace Windows. Tan solo con lo puesto, el plan de los tres compañeros era ir a Valencia en un día, ver a los Maiden, sobrevivir a la noche y coger el bus de vuelta a la mañana siguiente. El plan era idéntico a una expedición de castigo al más puro estilo blitzhrieg, sólo que esta vez los castigados fueron los atacantes.

 

Desde el primer instante, los expedicionarios dejaron claro quién mandaba en el vehículo, ocupando las plazas posteriores y haciendo de ellas un castillo de cuya sombra huían los pasajeros que habían tenido la desgracia de sentarse al lado. Se dijeron muchas cosas, se comieron otras tantas y se pasó mucho calor atravesando los páramos vasco-riojano-aragoneses.

 

Cuando la exhausta caravana, con la ropa interior pegada al culo debido a los asientos de cuero, desembarcó en Valencia a media tarde, tuvo la suerte de contar con un guía nativo (nuestro amigo AxelValdés) que nos pastoreó cual cabras a cambio de un descuento en la venta de unas chapas TIM (sí, tenemos chapas TIM, y las vendemos, ya estáis comprando). Una vez en el metro, solo había que seguir la marea de camisetas negras, que servían como feromona de identificación de una enorme colonia de hormigas jebis... Pues no era tan fácil. La mitad de los camisetas negras estaban tan perdidos como nosotros. A pesar de todo, quizás por el metal que circulaba en nuestra sangre, nos vimos atraidos casi magnéticamente al objetivo correcto; la Fuerza nos acompañaba. No así el servicio de transporte público de Valencia, que nos tuvo encerrados en un tranvía parado durante más tiempo del que convenía a nuestras prisas, con el consiguiente cabreo de la masa jebi que poblaba el vagón, y el consiguiente miedo de los valencianos de a pie que se vieron atrapados junto a tan vociferante horda. Suerte que algunos disponían de refrigerios apropiados para la ocasión; brindando con las cámaras de seguridad del transporte público las cervezas un tanto más tibias de lo deseable rularon entre los sedientos jebis.

 

Cuando por fin nos cambiaron de tranvía y nos llevaron al objetivo, la marabunta se desparramó en todas direcciones: elegimos una al azar, siguiendo a unos que parecían saber adónde iban, y una vez más, la Fortuna rodó sus dados a nuestro favor. Por desgracia, el retraso nos impidió unirnos a otros de nuestros contactos nativos en el principio de la cola y tuvimos que tragárnosla entera.

La delgada línea negra que divide el horizonte y se pierde en la distancia... y esto a mitad de la cola.
La delgada línea negra que divide el horizonte y se pierde en la distancia... y esto a mitad de la cola.

La espera se prometía tediosa pero ahorramos unos cuantos metros acoplándonos a un viejo conocido de hacía veinte minutos, saludándolo como si fuera nuestro hermano perdido. Una vez dentro, con un poco de paciencia y empujones encontramos a nuestros contactos (entre otros Cyluk y Thak) a escasos metros del escenario. La jugada nos había salido redonda y allí estábamos, preparados para lo que se avecinaba en una casi inmejorable posición.

 

Lo que no sufrimos en la cola lo sufrimos esperando frente al escenario, justo en la zona de mayor densidad de población y calor. Las camisetas quedaron relevadas por el pecho descubierto de nuestros protagonistas (sí, incluida Animal. Bueno, llevó un bañador apropiado para la ocasión) y el sudor de semejante aglomeración nos arrugó las yemas de los dedos como después de dos horas en la bañera. Gracias al pipa de la manguera (probablemente el personaje que recibió los más sinceros y afectuosos aplausos de toda la velada, más aun que los músicos) y sus generosos remojones, sobrevivimos a la espera y pudimos ver a los teloneros sin lamentar excesivas bajas humanas. Los de Edguy, que hicieron perfectamente su papel para calentar motores a toda esa bunch of heavy metal motherfuckers, se llevaron un diez.

 

Cuando Edguy abandonó el escenario se repitieron las dantescas escenas de sudoración oceánica, esta vez ya sin manguera que lo remediara, hasta que por fin aparecieron los Maiden. Sin decorados espectaculares ni grandes efectos especiales (que no es que les hagan falta, pero con lo que costó la entrada ya podían haberse estirado, o eso o invitar a unas cañas), estos venerables cincuentones, con Bruce Dickinson a la cabeza, dando saltos como un oligofrénico, nos ofrecieron una velada del más puro y británico heavy metal. Afortunadamente, prescindieron de darnos demasiado el coñazo con los temas de su último disco y solo tocaron el single.

Y muy conformes que estábamos hasta que el concierto acabó. No pasó nada del otro mundo en el transcurso del mismo: buscabroncas, borrachos, sed, borrachos con más sed, empujones, golpes, gritos, piernas cargadas, desmayos, gente debajo de otra... pero ni un mal moshpit. Entrada cara, fin de gira con fecha de vuelta a España en el aire y muchos temas guardados en la recámara. Personalmiente uno cree que podían haberse estirado un poco más, pero qué se le va a hacer, ellos mandan aquí. Y si quieren que quememos cosas, se hace. Todo por los Maiden.

 

Al salir deshidratados y molidos pero felices en cierto modo, nos despedimos de nuestros amigos nativos con gran pesar para lanzarnos al a búsqueda de una fuente de la que dependía nuestra vida. Saciada la sed, los tres cántabros se dedicaron a una de las cosas que más les gusta: pasar la noche desamparados cual indigentes en zonas públicas, todavía sin ponerse la ropa. Pero antes había que papear, por lo que nos arrimamos a unos indígenas y a cambio de la suculenta información que nos dieron, casi les vendemos la entrada sobrante del pasado concierto, ya que muy enterados no estaban los chavales. Una vez con el estómago lleno, nos dispusimos a hacer noche en el banco desde el que veríamos tantas cosas: tunos metaleros, vendedores ambulantes y...

Tal cual. En media hora, cuatro sanos muchahotes de ascendencia subsahariana, amparados en la oscuridad, levantaron las cuatro bicis que había amarradas justo en frente de nuestro banco, batiendo un record de confirmación de tópicos solo superado si después se comieron un cubo de pollo. Al principio pensamos "Bah, será suya y querrá darse el típico paseo de las tres de la mañana..."; a la segunda ya no las teníamos todas con nosotros; a la tercera, la bici ganó y el chaval se marchó cabizbajo. Pero volvió con refuerzos al poco rato y, cada uno con su nueva y flamante bicicleta, pedalearon hacia el horizonte, dejando indeleble huella en nosotros, inocentes espectadores.

 

Desde nuestro banco vimos amanecer y tuvimos que vestirnos con nuestros pestilentes harapos para coger el metro de vuelta a la civilización, poniendo letra y música a las escenas vividas durante la noche. A medida que nos acercábamos al centro creímos que Valencia estaba empezando a sufrir los primeros estadios de un brote zombi pero pronto nos dimos cuenta de que esos tambaleantes seres despeinados tenían algo en común: profusión de camisetas negras, y llegamos a la conclusión de que no eran zombis sino supervivientes del concierto, y que nosotros teníamos una pinta tan lamentable como ellos.

 

El viaje de vuelta fue más demoledor que el de ida, por nuestro estado físico y mental y porque esta vez sí iba lleno y no pudimos atrincherarnos en los espaciosos asientos traseros. Después de tan dura prueba, creo que nos habríamos merecido unas copas en el backstage de los Maiden, pero como no les preguntamos, ahora nos quedamos sin saberlo. Y menos mal porque eso sin duda habría engordado más este interminable tocho que acaba... aquí.


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